Emitido el: 4 de octubre de 2018
Instituto Hudson
Washington D.C.
11:07 a.m. Hora del Este
VICEPRESIDENTE: Gracias, Ken, por esas cálidas palabras de presentación. A los miembros del Consejo de Administración, al Dr. Michael Pillsbury, a nuestros distinguidos invitados y a todos ustedes que, fieles a su misión en este lugar, “piensan sobre el futuro de maneras no convencionales”, quiero decirles que es un gran honor para mí estar de nuevo en el Instituto Hudson.
Durante más de medio siglo, este Instituto se ha dedicado a “promover la seguridad, la prosperidad y la libertad a nivel global”. Y aunque las localidades de Hudson han cambiado con el transcurso de los años, hay algo que ha sido constante: siempre han sostenido la verdad clave de que el liderazgo estadounidense ilumina el camino.
Y hoy, hablando de liderazgo, permítanme empezar transmitiéndoles saludos de un extraordinario ejemplo de liderazgo estadounidense en el país y el extranjero, el 45º presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump. (Aplausos).
Desde el inicio de su gobierno, el presidente Trump ha dado carácter prioritario a nuestra relación con China y con el presidente Xi. El 6 de abril del año pasado, el presidente Trump lo recibió en Mar-a-Lago. El 8 de noviembre pasado, el presidente Trump viajó a Pekín, donde el líder de China le brindó una cálida bienvenida.
Durante los dos últimos años, nuestro Presidente ha entablado una sólida relación personal con el Presidente de la República Popular China, y han trabajado en estrecha colaboración en temas de interés común, sobre todo la desnuclearización de la Península coreana.
Pero estoy aquí hoy ante ustedes debido a que el pueblo estadounidense merece saber que, mientras hablamos, Pekín está empleado una estrategia que involucra a todas sus instituciones gubernamentales, y utiliza herramientas políticas, económicas y militares, además de la propaganda, para ampliar su influencia y favorecer sus intereses en Estados Unidos.
China también está aplicando su poder de maneras más proactivas que nunca, con el fin de ejercer influencia e interferir en la política y las políticas internas de este país.
Con el presidente Trump al frente, Estados Unidos ha adoptado medidas decisivas para responder a China con acciones estadounidenses, aplicando los principios y las políticas que desde siempre se promueven desde estos salones.
En nuestra Estrategia de Seguridad Nacional que el presidente Trump difundió en diciembre pasado, se refirió a una era de “fuerte competencia de poder”. Diversas naciones extranjeras han empezado, tal como lo hemos señalado por escrito, a “ejercer su influencia a nivel regional y global” y están “disputando las ventajas geopolíticas [estadounidenses] e intentando [esencialmente] revertir el orden internacional en su favor”.
Como parte de esta estrategia, el presidente Trump dejó en claro que los Estados Unidos de América ha adoptado un nuevo enfoque con respecto a China. Deseamos mantener una relación justa, con reciprocidad y respeto de la soberanía, y hemos tomado medidas rápidas y enérgicas para lograr ese objetivo.
Como lo manifestó el año pasado el presidente en su visita a China, en sus propias palabras, “tenemos la oportunidad de fortalecer la relación entre ambos países y mejorar la vida de nuestros ciudadanos”. Nuestra visión del futuro se basa en construir a partir de lo más destacado de nuestro pasado, cuando los Estados Unidos y China se acercaron con espíritu de apertura y amistad.
Cuando nuestra joven nación, a poco de la guerra civil, salió a la búsqueda de nuevos mercados para nuestras exportaciones, el pueblo chino recibió a los comerciantes estadounidenses con ginseng y pieles.
Cuando China sufrió las miserias y explotaciones durante el denominado “Siglo de Humillación”, los Estados Unidos se rehusó a participar de esto y promovimos en cambio una política de “Puertas Abiertas”, de modo que pudiéramos tener un comercio más libre con China y preservar su soberanía.
Cuando los misionarios estadounidenses trajeron las buenas noticias a las costas chinas, quedaron impactados por la riqueza cultural de este pueblo ancestral y dinámico. Y no solo propagaron su fe, sino que esos mismos misionarios fundaron algunas de las primeras y mejores universidades de China.
Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, nos mantuvimos unidos como aliados en la lucha contra el imperialismo. Y con posterioridad a esa guerra, Estados Unidos se aseguró de que China se convirtiera en miembro original de las Naciones Unidas, y un actor muy influyente del período de posguerra.
Pero poco después de asumir el poder en 1949, el Partido Comunista Chino empezó a desplegar su expansionismo autoritario. Es notable pensar que apenas cinco años después de que nuestras naciones habían luchado juntas, combatimos unos con otros en las montañas y los valles de la península coreana. Mi propio padre combatió en esa frontera de libertad.
Pero ni siquiera la cruenta Guerra de Corea pudo mellar nuestro deseo recíproco de restablecer los vínculos que, por tanto tiempo, habían unido a nuestros pueblos. El distanciamiento de China respecto de Estados Unidos concluyó en 1972 y, poco después, restablecimos las relaciones diplomáticas y empezamos a abrir nuestras respectivas economías hacia el otro, y las universidades estadounidenses empezaron a formar a una nueva generación de ingenieros, empresarios, académicos y funcionarios chinos.
Tras la caída de la Unión Soviética, supusimos que era indefectible que China fuera libre. Plenos de optimismo al inicio del siglo XXI, Estados Unidos acordó conceder a Pekín acceso libre a nuestra economía, y sumamos a China a la Organización Mundial del Comercio.
Gobiernos anteriores tomaron esa decisión con la expectativa de que la libertad en China se expandiera en todas sus formas, no solo en términos económicos, sino también políticos, con un renovado respeto por los principios liberales clásicos, la propiedad privada, la libertad personal, y la libertad religiosa, es decir, el espectro completo de derechos humanos. Pero esa esperanza no se ha cumplido.
El sueño de libertad sigue siendo un objetivo distante para el pueblo Chino. Y aunque Pekín sigue adhiriendo en apariencia a “reformas y apertura”, la famosa política de Deng Xiaoping ahora suena hueca.
En los últimos 17 años, el PBI de China se ha multiplicado nueve veces; y se ha convertido en la segunda economía más grande del mundo. Gran parte de este éxito fue impulsado por las inversiones estadounidenses en China. Y el Partido Comunista Chino también ha usado un arsenal de políticas incompatibles con el comercio libre y justo, incluidos aranceles, cuotas, manipulación de la moneda, transferencia forzada de tecnología, robo de propiedad intelectual y subsidios industriales que se entregan sin más a las inversiones extranjeras. Estas políticas han formado la base manufacturera de Pekín, a costa de sus competidores, sobre todo los Estados Unidos de América.
Las acciones de China han contribuido a un déficit comercial con Estados Unidos que, el año pasado, llegó a US$ 375.000 millones, casi la mitad de nuestro déficit de comercio global. Como lo manifestó el presidente Trump esta semana, “reconstruimos China” en los últimos 25 años.
Actualmente, mediante el plan “Hecho en China 2025”, el Partido Comunista ha puesto la mira en controlar el 90% de las industrias más avanzadas del mundo, como la robótica, la biotecnología y la inteligencia artificial. A fin de estar en la cúspide de la economía del siglo XXI, Pekín ha dado instrucciones a sus burócratas y empresas de obtener propiedad intelectual estadounidense —la base de nuestro liderazgo económico— por todos los medios que sean necesarios.
Pekín ahora exige que numerosas empresas estadounidenses entreguen sus secretos comerciales si pretenden desarrollar actividades comerciales en China. También coordina y patrocina la adquisición de empresas estadounidenses para obtener la titularidad de sus creaciones. Más grave aún, las agencias de seguridad chinas han orquestado el robo masivo de tecnología estadounidense, incluidos programas militares de tecnología de punta. Y al usar esa tecnología robada, el Partido Comunista Chino está convirtiendo arados en espadas, a escala masiva.
China gasta ahora lo mismo en sus fuerzas militares que el resto de Asia entero, y Pekín ha dado prioridad a las capacidades para erosionar la ventaja estadounidense en tierra, en el mar, en el aire y el espacio. Lo que pretende China es expulsar a Estados Unidos de América del Pacífico Occidental e impedirnos acudir en ayuda de nuestros aliados. Pero no lo lograrán.
Pekín también está empleando su poder como nunca antes. Hay embarcaciones chinas que patrullan periódicamente las Islas Senkaku, administradas por Japón. Y mientras el líder de China se sentó en el Jardín de las Rosas, en la Casa Blanca, en 2015 y dijo que su país, literalmente, “no tenía intención de militarizar” el Mar de China Meridional, en la actualidad Pekín ha colocado misiles antibuques y antiaéreos en un archipiélago de bases militares construido sobre islas artificiales.
La agresión de China se puso de manifiesto esta semana, cuando una embarcación naval china se acercó a 45 yardas del USS Decatur, mientras este realizaba operaciones de libertad de navegación en el Mar de China Meridional, y obligó a nuestra embarcación a maniobrar rápidamente para evitar una colisión. Pese a este hostigamiento imprudente, la Marina de los Estados Unidos seguirá sobrevolando, navegando y operando en todos los sitios donde los permita el derecho internacional y lo requieran nuestros intereses nacionales. No nos sentiremos intimidados ni daremos un paso atrás. (Aplausos).
Los Estados Unidos había aspirado a que la liberalización económica favoreciera una alianza más profunda de China con nosotros y con el resto del mundo. En vez de esto, China ha optado por la agresión económica, que a su vez ha animado a sus fuerzas militares cada vez más grandes.
Pese a lo que esperábamos, Pekín tampoco ha avanzado hacia una mayor libertad para su propio pueblo. Durante un tiempo, Pekín se orientó hacia una mayor libertad y respeto por los derechos humanos. No obstante, en los últimos años, China ha dado un giro drástico hacia el control y la opresión de su propio pueblo.
En la actualidad, China ha construido un estado de vigilancia sin igual, y cada vez se vuelve más expansiva e intrusiva, a menudo ayudada por tecnología estadounidense. Lo que ellos denominan la “Gran Muralla Electrónica China”, también se expande cada vez más y limita drásticamente la libre circulación de información que llega a la población china.
Para 2020, los gobernantes de China pretenden implementar un sistema orwelliano basado en el control de prácticamente todas las facetas de la vida humana, el denominado “Sistema de Crédito Social”. Según se indica en el plan oficial del programa, “permitirá que aquellos que son confiables circulen por doquier, y dificultará que aquellos con descrédito puedan siquiera dar un paso”.
Y en lo que atañe a la libertad religiosa, una nueva ola persecutoria está embistiendo a cristianos, budistas y musulmanes chinos.
El mes pasado, Pekín cerró una de las iglesias clandestinas más grandes de China. En todo el país, las autoridades están derribando cruces, quemando biblias y encarcelando a fieles. Y Pekín ahora ha llegado a un acuerdo con el Vaticano que concede al abiertamente ateo Partido Comunista un rol directo en la designación de los obispos católicos. Para los cristianos de China, estos son tiempos sumamente difíciles.
Pekín también está reprimiendo al budismo. En la última década, más de 150 monjes budistas tibetanos se han quemado a lo bonzo en protesta por la represión en China de sus creencias y su cultura. Y en Sinkiang, el Partido Comunista ha encarcelado nada menos que a un millón de uigures musulmanes en campamentos gubernamentales, donde son sometidos día y noche a tácticas de lavado de cerebro. Los supervivientes de estos campos han descripto sus experiencias como un intento deliberado, por parte de Pekín, de asfixiar a la cultura uigur y erradicar la fe musulmana.
Sin embargo, como lo demuestra la historia, un país que oprime a su propio pueblo rara vez se contenta con eso. Y Pekín también pretende extender su dominio en el mundo en general. Como lo escribió el Dr. Michael Pillsbury, también de Hudson, “China se ha opuesto a las acciones y los objetivos del gobierno estadounidense. Efectivamente, China está entablando sus propios vínculos con aliados y enemigos de Estados Unidos, que contradicen cualquier intención pacífica o productiva de Pekín”.
De hecho, China emplea la denominada “diplomacia del endeudamiento” para extender su influencia. Hoy, el país ofrece cientos de miles de millones de dólares en préstamos de infraestructura a gobiernos de Asia, África, Europa e incluso América Latina. Sin embargo, las condiciones de esos préstamos son, en el mejor de los casos, poco claras, y los beneficios terminan invariablemente en Pekín.
Basta con preguntar a Sri Lanka, que tomó volúmenes masivos de deuda para permitir que empresas estatales chinas construyeran un puerto de dudoso valor comercial. Hace dos años, ese país ya no podía cumplir los pagos, y entonces Pekín presionó a Sri Lanka para que pusiera el nuevo puerto directamente a manos chinas. Pronto podría convertirse en una base militar de avanzada para la marina de alta mar cada vez más numerosa de China.
En nuestro propio hemisferio, Pekín ha extendido ayuda vital al régimen incompetente y corrupto de Maduro en Venezuela, que oprime a su propia población. Se han comprometido a préstamos cuestionables por US$ 5 mil millones a cambio de petróleo. China es además el mayor acreedor individual del país, y ha cargado al pueblo venezolano con más de US$ 50 mil millones en deuda, incluso mientras su democracia agoniza. Pekín está además afectando la política de algunas naciones, al brindar asistencia directa a partidos y candidatos que prometen cumplir los objetivos estratégicos de China.
Y desde apenas el año pasado, el Partido Comunista Chino ha convencido a tres naciones latinoamericanas de interrumpir vínculos con Taipéi y reconocer a Pekín. Estas acciones amenazan la estabilidad del Estrecho de Taiwán, y los Estados Unidos de América condena estos actos. Aunque nuestro gobierno seguirá respetando nuestra Política de Una Sola China, como se refleja en los tres comunicados conjuntos y la Ley de Relaciones con Taiwán (Taiwan Relations Act), Estados Unidos considerará siempre que la adhesión de Taiwán a la democracia ofrece una senda más beneficiosa para la totalidad del pueblo chino. (Aplausos).
Estas son apenas algunas de las formas en que China ha procurado imponer sus intereses estratégicos en todo el mundo, con una intensidad y sofisticación cada vez mayor. Sin embargo, gobierno anteriores no dieron importancia las acciones de China. En muchos casos, incluso las ayudaron. Pero esa época ha terminado.
Con el liderazgo del presidente Trump, Estados Unidos de América ha defendido nuestros intereses con renovada fortaleza estadounidense.
Estamos haciendo que las fuerzas militares más fuertes de la historia, sean más fuertes aún. Previamente este año, el presidente Trump promulgó el mayor aumento de nuestro gasto en defensa nacional desde la época de Ronald Reagan, por US$ 716.000 millones, para extender la fortaleza de las fuerzas militares de EE. UU. a todas las áreas.
Estamos modernizando nuestro arsenal nuclear. Estamos posicionando y desarrollando nuevos aviones de combate y bombarderos. Estamos construyendo una nueva generación de portaaviones y buques de guerra. Estamos invirtiendo como nunca antes en nuestras fuerzas armadas. Y esto incluye iniciar el proceso para establecer la Fuerza Espacial de los Estados Unidos con el fin de asegurar que mantengamos el dominio del espacio, y hemos tomado medidas para autorizar el incremento de las capacidades en el mundo cibernético para disuadir a nuestros adversarios.
A instancias del presidente Trump, también estamos implementando aranceles a artículos chinos por valor de US$ 250 mil millones, y los aranceles más elevados están orientados específicamente a las industrias avanzadas que Pekín pretende captar y controlar. Y el Presidente también ha dejado en claro que aplicaremos aranceles mayores, y es posible que incluso más que se duplique esa cifra, a menos que se llegue a un acuerdo justo y recíproco. (Aplausos).
Estas medidas —ejercicios de la fuerza estadounidense— han tenido un impacto significativo. La mayor bolsa de valores de China tuvo una caída del 25% durante los primeros nueve meses del año, en gran parte porque nuestro gobierno ha mantenido una posición firme ante las prácticas comerciales de Pekín.
Como lo ha dejado en claro el presidente Trump, no deseamos que los mercados de China sufran. De hecho, queremos que prosperen. Pero Estados Unidos desea que Pekín lleve adelante políticas comerciales que sean libres, justas y recíprocas. Y seguiremos exigiendo que lo hagan. (Aplausos).
Lamentablemente, los gobernantes de China, hasta ahora, se han negado a tomar esa senda. El pueblo estadounidense merece saber en respuesta a la firme postura que ha adoptado el presidente Trump, Pekín impulsa una campaña total y coordinada para socavar el apoyo al presidente, nuestra agenda y los más valiosos ideales de nuestra nación.
Quisiera decirles hoy que sabemos sobre las acciones de China en nuestro país, algunas de las cuales hemos advertido a través de evaluaciones de inteligencia, y otras que son de público conocimiento. Pero, en todos los casos, son hechos concretos.
Como lo señalé antes, mientras hablamos, Pekín está empleando una estrategia, en la que participa la totalidad del gobierno, para ampliar su influencia y favorecer sus intereses. Está aplicando su poder de maneras más proactivas y coercitivas para interferir en las políticas internas de este país y en la política estadounidense.
El Partido Comunista Chino está premiando o coaccionando a empresas estadounidenses, estudios de cine, universidades, centros de reflexión, académicos, periodistas y funcionarios locales, estatales y federales.
Más grave aún, China ha puesto en marcha un esfuerzo sin precedentes para influir en la opinión pública estadounidense, las elecciones de 2018 y el clima previo a las elecciones presidenciales de 2020. Básicamente, el liderazgo del presidente Trump está funcionando, y China desea que haya un presidente estadounidense distinto.
No hay dudas: China se está entrometiendo en la democracia estadounidense. Como lo manifestó el presidente Trump apenas la semana pasada, hemos “determinado que China ha estado intentando interferir en nuestras próximas elecciones [de mitad de ciclo]”.
Nuestra comunidad de inteligencia sostiene que “China apunta contra gobiernos y funcionarios locales y estatales estadounidenses para aprovechar las diferencias políticas que puedan existir entre el ámbito federal y el de los estados. Está usando temas polémicos, como los aranceles al comercio, para avanzar la influencia política de Pekín”.
En junio, Pekín mismo distribuyó un documento sensible, denominado “Aviso sobre propaganda y censura”. En ese documento, expuso su estrategia. Indicó que China debe, en sus palabras, “actuar con precisión y cautela, dividendo a distintos grupos internos” en los Estados Unidos de América.
Para tal fin, Pekín ha movilizado actores encubiertos, grupos fachada y medios propagandísticos para cambiar la percepción estadounidense de la política china. Como me lo dijo un alto miembro de carrera de nuestra comunidad de inteligencia esta semana, lo que están haciendo los rusos es ínfimo en comparación con lo que hace China en todo el país. Y el pueblo estadounidense merece saberlo.
Funcionarios chinos de alto rango también han intentado influir en líderes empresariales, para instarlos a que condenen nuestra actuación en materia comercial, aprovechando su deseo de mantener actividades en China. En un ejemplo reciente, China amenazó con negar una licencia comercial a una importante empresa estadounidense si se rehusaba a pronunciarse contra las políticas de nuestra gestión.
Y cuando se trata de influir en las elecciones de mitad de período, basta con ver los aranceles que impuso Pekín en respuesta a los nuestros. Los aranceles que aplicó China hasta ahora apuntaron específicamente contra industrias y estados que tendrían un rol clave en las elecciones de 2018. Según un cálculo, más del 80% de los condados de los Estados Unidos sobre los que actuó China votaron por el presidente Trump y por mí en 2016; ahora, China desea que estos votantes cambien de opinión y dejen de apoyarnos.
Y China también apela directamente a los votantes estadounidenses. La semana pasada, el gobierno chino pagó para que se incorporara un suplemento de varias páginas en Des Moines Register, el periódico del estado de donde es oriundo nuestro embajador en China, y un estado bisagra en 2018 y 2020. El suplemento, que tenía la apariencia de un conjunto de artículos periodísticos, calificaba a nuestras políticas comerciales como imprudentes y perniciosas para los votantes de Iowa.
Afortunadamente, los estadounidenses no se dejan engañar. Por ejemplo, productores agrícolas estadounidenses apoyan a este Presidente y están viendo resultados concretos de las firmes posturas que ha tomado el Presidente, incluido el Acuerdo entre EE. UU., México y Canadá de esta semana, y hemos abierto considerablemente los mercados de América del Norte a los productos estadounidenses. El USMCA es un extraordinario logro para los agricultores y fabricantes estadounidenses. (Aplausos).
Pero las acciones de China no se centran solamente en influenciar nuestras políticas y nuestra política. Pekín también está actuando para explotar su posición económica, y el atractivo de su enorme mercado, con el fin de influir en empresas estadounidenses.
Pekín exige ahora que emprendimientos conjuntos estadounidenses que operan en China establezcan lo que ellos denominan “organizaciones del partido” dentro de sus empresas, para dar así voz al Partido Comunista —y tal vez la posibilidad de veto— en las decisiones de contratación e inversión.
Las autoridades chinas también han amenazado a empresas estadounidenses que se refieren a Taiwán como entidad geográfica diferenciada, o que se apartan de la política china con respecto al Tíbet. Pekín exigió a Delta Airlines emitir una disculpa pública por no referirse a Taiwán como una “provincia de China” en su sitio web. Y ejerció presión sobre Marriott para que despidiera a un empleado estadounidense que simplemente expresó que le gustaba un tweet sobre el Tíbet.
Pekín pide habitualmente que Hollywood muestre a China de manera necesariamente positiva. Castiga a estudios y productores que no lo hacen. Los censores de Pekín actúan rápidamente para censurar o prohibir películas que expresan críticas a China, incluso muy moderadas. Para la película “World War Z” (Guerra Mundial Z), tuvieron que eliminar del guión la mención a un virus porque se había originado en China. La película “Red Dawn” (Amenaza roja) se editó digitalmente para que los malos fueran norcoreanos, en vez de chinos.
Pero más allá de los negocios y el entretenimiento, el Partido Comunista Chino también está gastando miles de millones de dólares en medios propagandísticos en Estados Unidos y, por cierto, en todo el mundo.
China Radio International ahora emite programas con opiniones favorables a Pekín en más de 30 medios estadounidenses, muchos en importantes ciudades de EE. UU. La Cadena Global de Televisión China (China Global Television Network) llega a más de 75 millones de estadounidenses y recibe órdenes directamente de las autoridades del Partido Comunista. Tal como lo expresó un importante líder chino durante una visita a la sede de la cadena, “Los medios gestionados por el Partido y el gobierno son frentes propagandísticos y deben llevar el apellido del Partido”.
Por esos motivos y por esa realidad, el mes pasado el Departamento de Justicia dispuso que la cadena debía inscribirse como agente extranjero.
El Partido Comunista también ha amenazado y detenido a los familiares chinos de periodistas estadounidenses que indagan demasiado. Y ha bloqueado los sitios web de organizaciones de medios de EE. UU. Y ha hecho que sea más difícil para nuestros periodistas obtener visas. Esto ocurrió luego de que New York Times publicara informes de investigación sobre la riqueza de algunos líderes de China.
Sin embargo, los medios no son el único sitio donde el Partido Comunista Chino pretende impulsar una cultura de censura. Lo mismo ocurre en el ámbito académico.
Es decir, basta considerar la Asociación de Estudiantes y Académicos Chinos, que tiene más de 150 sucursales en campus universitarios de EE.UU. Estos grupos ayudan a organizar eventos sociales para algunos de los más de 430.000 ciudadanos chinos que estudian en Estados Unidos. También alertan a las embajadas y los consulados chinos cuando alumnos chinos, y escuelas estadounidenses, se apartan de la línea del Partido Comunista.
En la Universidad de Maryland, una estudiante china habló recientemente durante la ceremonia de graduación acerca de lo que ella consideraba, literalmente, “aire nuevo de libertad de expresión” en Estados Unidos. El periódico oficial del Partido Comunista la reprendió inmediatamente. Fue blanco de un alud de críticas en los medios sociales chinos —que están bajo un férreo control— y su familia en China sufrió persecución. En cuanto a la universidad, su programa de intercambio con China —uno de las más importantes del país— mermó repentinamente.
China también ejerce presión académica de otras formas. Pekín aporta generosos fondos a universidades, centros de pensamiento y académicos, con la condición de que evitará ideas que el Partido Comunista considera peligrosas u ofensivas. Los especialistas en temas de China, en particular, saben que sus visas tendrán retrasos o serán denegadas si sus investigaciones contradicen las posturas de Pekín.
E incluso académicos y grupos que evitan los fondos chinos son blanco de ese país, como lo descubrió de primera mano el Insituto Hudson. Luego de invitar a un orador que Pekín no aprobaba, su sitio web sufrió un ataque cibernético masivo, originado en Shanghái. El Instituto Hudson sabe mejor que muchos que el Partido Comunista Chino está intentando socavar la libertad académica y la libertad de expresión en Estados Unidos ahora.
Estas y otras acciones, en conjunto, constituyen un esfuerzo creciente por revertir la opinión pública y la política estadounidense, para que se distancie del liderazgo sobre “Estados Unidos Primero” del presidente Donald Trump.
Pero nuestro mensaje a los gobernantes de China es este: Este presidente no va a retroceder. (Aplausos). El pueblo estadounidense no será subyugado. Y seguiremos defendiendo con firmeza nuestra seguridad y nuestra economía, incluso mientras esperamos que mejoren nuestras relaciones con Pekín.
Nuestro gobierno seguirá actuando con determinación para proteger los intereses estadounidenses, los empleos estadounidenses y la seguridad de Estados Unidos.
A medida que reconstruimos nuestras fuerzas militares, seguiremos reivindicando los intereses de EE.UU. en todo el Indopacífico.
Al responder a las prácticas comerciales de China, seguiremos exigiendo una relación económica con China que sea libre, justa y recíproca. Exigiremos que Pekín derribe sus barreras al comercio, cumpla sus obligaciones, abra plenamente su economía, como lo hemos hecho nosotros.
Seguiremos tomando medidas contra Pekín hasta que termine el robo de propiedad intelectual estadounidense, de una vez por todas. Y seguiremos manteniéndonos firmes hasta que Pekín cese su práctica predatoria de transferencia forzada de tecnología. Protegeremos la propiedad privada de las empresas estadounidenses. (Aplausos).
Y para impulsar nuestra visión de un Indopacífico libre y abierto, estamos construyendo lazos nuevos y más sólidos con naciones que comparten nuestros valores en toda la región, desde India hasta Samoa. Nuestras relaciones se desarrollarán con un espíritu de respeto basado en la colaboración, y no en el dominio.
Estamos forjando nuevos acuerdos comerciales bilaterales, y apenas la semana pasada el presidente Trump firmó un acuerdo comercial mejorado con Corea del Sur. Pronto entablaremos negociaciones históricas para un acuerdo bilateral de libre comercio con Japón. (Aplausos).
También me complace informar que estamos optimizando los programas de desarrollo internacional y financiamiento. Brindaremos a las naciones extranjeras una alternativa justa y transparente a la diplomacia de endeudamiento de China. De hecho, esta semana, el presidente Trump promulgará la Ley BUILD.
El próximo mes, tendré el honor de representar a Estados Unidos en Singapur y Papúa Nueva Guinea, en la ASEAN y el APEC. Allí, daremos a conocer nuevas medidas y programas para un Indopacífico libre y abierto. Y en nombre del Presidente, transmitiré el mensaje de que el compromiso estadounidense con el Indopacífico nunca ha sido más firme. (Aplausos).
Más cerca de nuestro país, y para proteger nuestros intereses, hemos fortalecido recientemente el Comité de Inversiones Extranjeras, reforzando nuestro escrutinio de las inversiones chinas en Estados Unidos, para proteger nuestra seguridad nacional de las acciones predatorias de Pekín.
Y en lo que respecta a la influencia e interferencia malintencionada de Pekín en la política y las políticas estadounidenses, seguiremos denunciando estos actos, independientemente de que forma se adopten. Trabajaremos con líderes en todos los ámbitos de la sociedad en la defensa de nuestros intereses nacionales y nuestros máximos ideales. El pueblo estadounidense desempeñará un rol decisivo, y de hecho ya lo hace.
Mientras nos reunimos aquí, se está formando un nuevo consenso en todo Estados Unidos. Más líderes empresariales están pensando más allá del próximo trimestre, y piensan detenidamente antes de lanzarse al mercado chino si ello implica entregar su propiedad intelectual o contribuir a la opresión China. Pero es necesario hacer más. Por ejemplo, Google debería interrumpir inmediatamente el desarrollo de la aplicación “Dragonfly”, que facilitará la censura por parte del Partido Comunista y afectará la privacidad de los clientes chinos. (Aplausos).
Es además extraordinario ver que más periodistas informan la verdad sin temor ni favorecimiento, indagando en profundidad allí donde China interfiere en nuestra sociedad y los motivos. Y esperamos que las organizaciones de noticias estadounidenses y globales sigan acompañando este esfuerzo progresivamente.
Más académicos se están pronunciando enérgicamente y defendiendo la libertad académica, y más universidades y centros de pensamiento están reuniendo el coraje para rechazar el dinero fácil de Pekín, sabiendo que cada dólar está necesariamente acompañado de una exigencia. Y confiamos en que esas filas engrosarán.
En toda la nación, el pueblo estadounidense está más atento, y valora más las acciones de nuestro gobierno y el liderazgo del Presidente para redefinir la relación económica y estratégica de Estados Unidos con China. Los estadounidenses acompañan firmemente a un Presidente que está dando prioridad a los intereses estadounidenses.
Y puedo asegurarles que, con el liderazgo del Presidente Trump, Estados Unidos no perderá el rumbo. China debería saber que el pueblo estadounidense y sus funcionarios electos de ambos partidos están decididos.
Como se expresa en nuestra Estrategia de Seguridad Nacional: deberíamos recordar que la “competencia no siempre implica hostilidad”, ni tampoco es necesario que así sea. El Presidente ha dejado en claro que deseamos una relación constructiva con Pekín, en la cual nuestra prosperidad y seguridad se desarrollen juntas, y no por separado. Aunque Pekín se ha estado alejando de esta visión, los gobernantes de China pueden todavía revertir el curso y retomar el espíritu de reforma y apertura que distinguió el inicio de esta relación, décadas atrás. El pueblo estadounidense no desea otra cosa más que eso, y el pueblo chino no merece menos.
El extraordinario narrador chino Lu Xun a menudo se lamentaba de que su país, según señalaba, “había menospreciado a extranjeros por considerarlos despreciables, o los había admirado como su fueran santos”, pero nunca los trató “de iguales”. Hoy Estados Unidos está extendiendo la mano a China. Y confiamos en que pronto Pekín responderá con acciones, no con palabras, y con un renovado respeto por Estados Unidos. Tengan la certeza de que no cederemos hasta que nuestra relación con China se base en la equidad, la reciprocidad y el respeto de nuestra soberanía. (Aplausos).
Dice un antiguo proverbio chino “Los hombres solo ven el presente, pero el cielo ve el futuro”. A medida que avancemos, propongo que trabajemos por un futuro de paz y prosperidad con determinación y fe. Fe en la conducción y la visión del Presidente Trump, y el vínculo que ha entablado con el presidente de China. Fe en la relación duradera entre el pueblo estadounidense y el pueblo chino. Y fe en que el cielo pueda ver el futuro y que, por la gracia de Dios, América y China compartan ese futuro juntos.
Gracias. Que Dios los bendiga. Y Dios bendiga a Estados Unidos de América. (Aplausos).
FIN
11:47 a.m. Hora del Este
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Esta traducción se proporciona como una cortesía y únicamente debe considerarse fidedigna la fuente original en inglés.